Un concepto que escuchamos desde jóvenes y que vamos comprendiendo a lo largo de nuestra vida es el de experiencia. Poco a poco asimilamos la importancia que tiene en la sociedad. Al realizar actividades por primera vez, es común oír expresiones como: «es inexperto», «le falta experiencia» o «con el tiempo lo hará mejor». Esto puede generar cierta ansiedad, ya que solemos creer que deberíamos ser capaces de hacerlo bien desde el primer intento. Con el paso del tiempo, la experiencia adquiere un papel crucial en nuestras actividades cotidianas, y entendemos que solo se desarrolla con el tiempo y la repetición.
Pero ¿qué es la experiencia? Proviene del latín experientia (prueba o ensayo) y está relacionada con la peritia (pericia o habilidad). Muchos pensadores, filósofos y estudiosos han definido la experiencia desde sus respectivos campos de estudio. Immanuel Kant, por ejemplo, la describe como aquello que indica la referencia del conocimiento, es decir, el punto de partida sobre el cual debe elaborarse, ajustarse y al cual debe responder. En términos generales, podemos entender la experiencia como la relación de una persona con algo externo a ella, un acercamiento y comprensión de una realidad.
Este concepto se asimila mejor cuando dominamos un procedimiento, es decir, cuando pasamos de conocer algo en teoría a aplicarlo en la práctica. Nos damos cuenta de que las experiencias directas son fundamentales para comprender plenamente una realidad, más allá de la abstracción de estudios o teorías.
La importancia de la experiencia radica en varios aspectos interrelacionados: el crecimiento personal, que contribuye al desarrollo mediante la creación de recuerdos que perduran; el autoconocimiento, que permite una toma de decisiones con mayores fundamentos; y el enriquecimiento de las experiencias propias a través del conocimiento de otras. En el ámbito laboral, las primeras experiencias son cruciales para construir valiosas redes profesionales y consolidar el conocimiento.
No se trata de menospreciar a quienes están en formación o carecen de experiencia. Al contrario, lo que se busca resaltar es que una persona con mayores habilidades adquiridas a lo largo del tiempo tendrá mejores herramientas para actuar de manera efectiva ante cualquier situación. Especialmente en el ámbito laboral, la experiencia otorga un mayor margen de acción y capacidad para resolver problemas.
Sin embargo, en el servicio público parece que la experiencia es, en ocasiones, subestimada. No es malo aprender o formarse en el camino, lo reprochable es que, existiendo personas con la experiencia necesaria, se privilegie a quienes tienen lazos familiares o de amistad para ocupar ciertos puestos.
La experiencia y las habilidades que de ella emanan no deberían pasar de moda. Aunque muchas personas desarrollan su pericia en el día a día, sin una formación académica formal, la evidencia sugiere que cuando se combina con el aprendizaje académico, el desarrollo de la destreza es mucho mayor. Esto permite una mejor comprensión de la realidad y, por lo tanto, una mayor capacidad para resolver eficazmente los problemas que se presentan.