Escribo desde el stand 43 de la 56 Feria del Libro de Aguascalientes. Es la primera vez, en diez años como editorial formal, que Seda forma parte del catálogo de expositores. No sé por qué no lo habíamos hecho antes. Nuestro lugar era el 23; estaríamos en el primer patio de la Casa de la Cultura, sede intermitente de la Feria; sin embargo, una modificación en la asignación de lugares nos expulsó del epicentro y nos envió a la periferia, somos un satélite poblado de libros. Habitamos una zona árida.
El stand frente al nuestro es atendido por un hombre de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de cazar lectores. No me ha dicho su nombre; no necesito preguntárselo. Se llama, estoy seguro, Alonso. Previsiblemente, su edad frisa los cincuenta años. Es un escritor, padre y promotor de la lectura. Queso fresco en cuadritos de vez en cuando; café americano cargado —o expreso ligeramente rebajado— cerca del mediodía, y un sándwich, las más de las veces, consumen las tres partes de sus viáticos.
Cientos de jóvenes recorren los pasillos de la Feria. Las profesoras dirigen, ejercitan reprimendas, cuentan y recuentan alumnos, y los lanzan a reunir evidencia de su paso por aquí. Un libro cuyo título comience con A, piden; otro cuyo autor tenga un nombre que comience con P; un libro que me recomiende; uno con portada amarilla, etc. Las docentes más ingeniosas han solicitado a chicas y chicos que hagan reportes a manera de youtubers: “bueno, nos encontramos aquí con el señor Alonso, y pues bueno, cuéntenos qué le gusta de los libros, bueno…”; “nos encontramos en la feria que tiene ya algunos… cuántos… señor… ¿tantos? Bueno, sí, una feria muy tradicional”.
Mientras, el sobredicho Alonso, a quien los ratos de ocio le resultan los menos del día, atiende a los curiosos lectores, yo me dedico a observar y escuchar. De vez en cuando alguien se detiene, observa uno de nuestros libros, hace alguna pregunta y devuelve el ejemplar a su lugar, o lo compra. Observo al montón de adolescentes apilados frente a los cómics.
Un preparatoriano sonríe extrañamente. Toma al azar un ejemplar de un manga, el primero en la torre. Sonríe de nuevo, de nuevo de manera extraña. Mete el pequeño libro a su bolsa y comienza a caminar. Imagino que en algunos minutos querrá presumir su hazaña entre los compañeros, no faltará quién le aplauda el gesto. Me levanto, me acerco a él, le toco el hombro y pienso decirle: “Detente y arrepiéntete, el hombre al que acabas de robar es un traficante de cómics, está loco, ¿no lo viste?, es capaz de cualquier cosa, ni siquiera vale la pena correr, sabe quién eres y te encontrará doquiera que vayas; lo siento mucho, te metiste con el comiquero equivocado”. Pienso nuevamente, le diré: “La policía sabe lo que has hecho; coloca tus manos detrás de la cabeza, el libro que robaste vale más de tres mil pesos, irás a la cárcel, despídete de tus amigos, no los verás en años”. En realidad, le digo: “Devuelve el libro que tomaste”. Los colores escapan de su cara, no sabe dónde meterse, “sí, señor”. Regreso a mi lugar, desde ahí soy testigo. El joven vuelve al puesto, saca el manga de su bolsa y en lugar de regresarlo interpreta una pequeña escena: “Disculpe, cuánto cuesta éste. Ah, bueno, gracias.” Ahora sí coloca el ejemplar en su lugar y se aleja con la cabeza gacha.
Don Alonso, de quien la vecina de stand me comenta que se apellida Quijada o Quesada, aunque yo conjeturo que se apellida Quijana, acapara la atención de los adolescentes y niños. Las portadas oscuras de DC los atrapan. Uno y otro llegan a preguntar por ediciones especiales, números difíciles de conseguir. También aprovechan el foro para ser escuchados, aportan datos sobre dibujantes, autores, personajes. Alonso le dice a cada uno, en su momento: “tú lo sabes todo”. A los más pequeños les ofrece su libro: “Yo quería escribir un libro contigo, pero no vivimos en la misma ciudad, así que cómo lo podíamos hacer; fácil, yo escribí una parte, pero dejé espacio para que tú lo completes, y aquí está la línea para que agregues tu nombre como ilustrador” (porque, claro, es un libro con dibujos en blanco y negro, listo para ser coloreado por el lector-autor, además, la línea remata el crédito que dice “Ilustrado por”).
El libro de Alonso cuenta la historia de los libros. Busca que otros se enfrasquen tanto en la lectura que pasen las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se les ilumine el cerebro de manera que vengan a conseguir el juicio. Yo me robo un poco de crédito y me aplaudo haber deshecho un tuerto.
¡Qué buen relato Joel! Me encanta la manera en que con tan pocas palabras generas todo un universo de ideas y haces un retrato sociológico y cultural de la nada, como si fuera cosa de nada hacerlo en un par de párrafos.