El 16 de julio de 1945, los EE.UU. detonaron una bomba atómica por primera vez en la historia —en el ensayo conocido como Trinity—. El 6 y el 9 de agosto de ese mismo año, los estadounidenses llevaron a cabo los dos únicos ataques nucleares hasta ahora —en contra de objetivos civiles,las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki—.* Tan solo cuatro años después, el 29 de agosto de 1949, la Unión Soviética realizó su primer ensayo exitoso de una bomba atómica —mucho antes de lo que los espías occidentales habían pronosticado—. La carrera armamentista más angustiante había comenzado. Año con año, ambos bandos —y otros países que se incorporaron al selecto grupo de poseedores de armas nucleares— “mejoraban” sus dispositivos de destrucción masiva y los hacían más efectivos —o destructivos, que aquí vale como sinónimo—.
Nació así la “ansiedad nuclear”, conocida también como “ansiedad de guerra”. Este miedo al hipotético y posible conflicto atómico vivió sus momentos más álgidos durante las décadas de 1960 y 1980. Yo, niño de los 80s, vi películas, leí cuentos y novelas, y escuché noticias relacionadas con la inevitable guerra. Incluso supe de la existencia del Reloj del Apocalipsis —que llegó a marcar las 23:57 en 1984—.** En algunos países se construyeron refugios para sortear la eventualidad que nos amenazaba. Incluso hubo negocios dedicados al diseño y construcción de bunkers privados —cientos de hogares, sobre todo en los EE.UU., cuentan con sótanos adaptados para la supervivencia—.
La caída del muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991 significaron, en su momento, el inicio del fin del relato del fin del mundo, por lo menos del relato del fin del mundo debido a la Guerra Termonuclear Global —vid. Juegos de guerra,*** la original de 1983, no la espantosa, espantosísima secuela de 2008 cuyo lema era “El juego no ha terminado”—. Parecía entonces que la nucleomitofobia, como conocemos los iniciados a la ansiedad nuclear, pasaría a ser una nota al pie en el inventario ingente de los padecimientos humanos.
La clave de la cuestión, y del párrafo anterior, es la frase “en su momento”. Efectivamente, lo que entonces pareció un final final**** fue en realidad el comienzo de una pausa, es decir, fue un final no muy final. Más de treinta años después, en la época de oro de los remakes y las secuelas sin sentido, el gobierno de Suecia ha publicado un folleto titulado En caso de crisis o guerra en el que, entre otras cosas, menciona lo que se recomienda hacer si ocurre un ataque con armas nucleares. Y no se trata de un caso aislado, Noruega, Finlandia, Dinamarca y Alemania han publicado documentos similares, algunos de los cuales se refieren de manera expresa a Rusia como potencial agresor.
Y parece que el guion no se ha actualizado. Éste es un fragmento del folleto sueco:
Vivimos tiempos inciertos. En nuestra región, se están librando conflictos armados. El terrorismo, los ciberataques y las campañas de desinformación se están utilizando para socavarnos e influir en nosotros.
Para enfrentar estas amenazas, debemos mantenernos unidos. Si Suecia es atacada, todos deben hacer su parte para defender la independencia de Suecia y nuestra democracia. [Los resaltados son míos.]
Así pues, como entonces, lo que peligra hoy son las desgastadas mismas abstracciones. Debemos vivir con el miedo que ellos, los caprichosos niños adultos que lo dirigen todo, han gestado. Y las personas —o por lo menos los suecos— no deberán prepararse para defender su vida, su salud, su familia, su felicidad o su tranquilidad, sino la independencia y la democracia.
El remake de este miedo —cuyo lema bien podría ser “El juego no ha terminado”— resulta tan malo como la versión original.
Notas:
*No olvidemos nunca que entre 110 mil y 210 mil personas fallecieron como consecuencia de las dos bombas que los estadounidenses lanzaron contra la población civil de Japón.
**El Reloj del Apocalipsis. En 1947, el Bulletin of Atomic Scientists diseñó este aparato simbólico que indica cuán cerca estamos de la destrucción de la humanidad —la medianoche–. Este año, el reloj marca las 23:58:30, es decir que estamos a 90 segundos del final —el final final más final posible—. Como contexto: durante la crisis de los misiles de Cuba, el reloj marcaba las 23:53.
*** Juegos de guerra (1983, dirigida por John Badham y protagonizada por Matthew Broderick). Un preparatoriano experto en computadoras logra acceder a una supercomputadora militar estadounidense creyendo que se trata de un servicio de juegos en línea —así es, desde entonces—; inicia una partida, que en realidad es una simulación de guerra termonuclear y entonces…
****No empujen (1982). Fue un programa de sketches de comedia conducido por Raúl Astor. Una de las dinámicas del programa era anunciar que el siguiente sketch sería el final. Se presentaban así, pues, varios “finales” que sólo anticipaban el verdadero: el final final.