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El último mezquite

En Danza con Lobos (1990), Kevin Costner interpreta a un teniente del Ejército de la Unión que, harto de la guerra, pide ser trasladado a un puesto remoto para conocer el viejo oeste antes de que desaparezca debido a la pujante expansión modernizadora. Ahí, en lugar de encontrar la soledad, establece relación con una tribu sioux y, bueno, termina bailando con un lobo. El viejo oeste, esa frontera mítica donde la “civilización” aún no ha impuesto sus reglas de asfalto y prisa, siempre ha ejercido una fascinación particular. Representa lo salvaje, sí, pero también lo auténtico, lo que todavía no ha sido domesticado por el progreso y sus cuestionables promesas.

Acá en Aguascalientes, nuestra propia frontera no está en las grandes planicies, sino encogida, arrinconada y a punto de ser devorada por esa otra expansión, la urbana. La Pona, ese reducto de mezquites que testarudamente sobrevive entre avenidas y fraccionamientos es nuestro pequeño puesto fronterizo contra la aplanadora del “desarrollo”.

Y como en todo buen western posmoderno, hay bandos. Por un lado, están quienes ven en esas hectáreas la continuación lógica de la mancha urbana y el negocio, unos cuantos metros más de pavimento, banquetas y potencial (lo que sea que eso signifique). Del otro lado, los sioux de nuestros días: ambientalistas, colectivos ciudadanos, vecinos que defienden la aventurada idea de que un árbol vale más que una mole de ladrillos. “Salvemos La Pona”, dicen las pancartas, como si se tratara de una víctima. Y quizá lo sea.

El conflicto, como suele suceder en estos lares, tiene sus capítulos legales, sus amparos, sus suspensiones y sus vueltas a empezar. Que si es área protegida, que si sólo una parte, que si el terreno es privado, que si el municipio debe cuidarla pero no invertir porque no es suya. Un laberinto burocrático digno de Kafka si Kafka hubiera nacido en el barrio de San Marcos. Mientras tanto, las máquinas comenzaron a rugir, listas para trazar una nueva cicatriz en el paisaje. Y los defensores montan guardia, armados con celulares, argumentos y la convicción de que se puede aún tocar el corazón de los amantes del chapopote y la prosperidad de hoy a costa de la supervivencia de mañana.

Lo interesante, o lo triste, según se vea (y más bien se ve así), es cómo este drama local refleja esa conversación más amplia que nadie parece querer tener en serio. ¿Qué significa “desarrollar” una ciudad? ¿Llenarla de concreto hasta que no quede un solo mezquite en pie? ¿Privilegiar la comodidad del automóvil sobre la posibilidad de respirar? Aguascalientes parece empeñada en trasladarse hacia un futuro donde los únicos pulmones serán los filtros de aire acondicionado.

Se habla de diálogo, de mesas de trabajo, de buscar acuerdos. Palabras nobles que suenan huecas cuando una retroexcavadora espera la señal para avanzar. Los políticos, como siempre, aprovechan para la foto, para prometer lo que no cumplirán, para llevar agua a su molino electoral mientras la ciudad, seca, ahogada de calor y contaminación, lucha por cada bocanada de aire.

Quizá, como el teniente Dunbar, deberíamos establecer nuestro propio puesto fronterizo donde decidamos que talar un mezquite centenario para hacer un centro comercial o un edificio de departamentos es, simplemente, una tontería. Un límite que nos permita entender que defender La Pona es un acto de mínima sensatez, una forma de decir que queremos seguir viviendo aquí, en esta ciudad, y no en una maqueta gris, perfecta y sin vida. Porque al final, cuando la última frontera caiga, cuando el último mezquite sea reemplazado por un poste de luz (que seguro también desaparecerá misteriosamente), no habrá lugar a dónde huir. Nos habremos quedado sin territorio salvaje, sin lobos con los cuales bailar, solos con nuestro progreso y su aplastante vacío.

1 Comment

  1. Me parece que lo mismo pasa en el resto del país, con sus respectivas diferencias, por ejemplo de este lado, en Cancún, los mezquites son ceibas y las planicies, humedales y me atrevo a decir, que así también pasa en el mundo. Es necesario, como dices, replantearnos seriamente qué estamos entendiendo por «desarrollo». Es posible que rascándole un poquito a la respuesta, o mejor dicho, las respuestas de políticos y empresarios nos encontremos que camuflada de «desarrollo para el bienestar» aparezca, cada vez más descarada la ganancia y acumulación de capital.
    Gracias por esta lúcida reflexión.

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