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El impacto de la alimentación en la etapa escolar: claves para el desarrollo cognitivo, emocional y físico de nuestros niños

La alimentación durante la infancia, especialmente en la etapa escolar, es un pilar fundamental para el adecuado desarrollo de los niños. Esta etapa se caracteriza por una alta demanda energética y nutricional, derivada del crecimiento físico acelerado, la maduración del sistema nervioso central y el inicio de exigencias académicas que requieren atención, memoria y habilidades sociales. Una dieta equilibrada y adecuada no solo influye en el crecimiento corporal, sino también en el rendimiento cognitivo, la estabilidad emocional y la prevención de enfermedades crónicas en la vida adulta.

Durante los primeros años escolares, el cerebro de los niños continúa desarrollándose de manera significativa y consume alrededor del 20% de la energía total del cuerpo, lo que subraya la importancia de una alimentación rica en nutrientes esenciales como ácidos grasos omega-3, hierro, zinc, yodo, vitaminas del complejo B y proteínas. Diversos estudios han demostrado que los niños que reciben una alimentación balanceada presentan un mejor desempeño académico, mayor capacidad de concentración y habilidades de resolución de problemas más desarrolladas. Por el contrario, deficiencias nutricionales, como la anemia por falta de hierro, se asocian con disminución del rendimiento escolar, fatiga constante y dificultades en el aprendizaje.

Más allá del rendimiento intelectual, la alimentación también incide directamente en el estado emocional de los niños. Una dieta rica en azúcares refinados y grasas saturadas se ha relacionado con síntomas de ansiedad, irritabilidad y depresión. En contraste, una alimentación basada en frutas, verduras, cereales integrales y proteínas magras favorece la producción de neurotransmisores como la serotonina, que influyen positivamente en el estado de ánimo y la conducta. Así, una nutrición adecuada puede considerarse también una herramienta clave para el bienestar psicológico y social en la etapa escolar.

En lo que respecta al crecimiento físico, la calidad de los alimentos determina la adecuada formación de tejidos, huesos, músculos y órganos. Una alimentación insuficiente o desequilibrada pueden provocar retraso en el crecimiento, bajo peso o incluso sobrepeso, lo cual compromete tanto la salud presente como la futura del niño. Establecer un patrón alimentario saludable desde edades tempranas no solo garantiza un crecimiento adecuado, sino que también establece hábitos que perdurarán a lo largo de la vida.

Los efectos a largo plazo de una buena alimentación en la infancia son múltiples. Está comprobado que los niños que adquieren hábitos alimenticios saludables presentan menor riesgo de padecer enfermedades crónicas como diabetes tipo 2, obesidad, hipertensión y enfermedades cardiovasculares en la adultez. Además, suelen mostrar mejor autoestima, relaciones sociales más estables y una mayor calidad de vida. En cambio, una mala alimentación durante los años formativos puede tener consecuencias físicas y cognitivas irreversibles.

Junto con una alimentación adecuada, es fundamental fomentar la actividad física desde la infancia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda al menos 60 minutos diarios de actividad física moderada a vigorosa para niños de 5 a 17 años. Esta rutina contribuye a:

  • EL desarrollo muscular y óseo saludable.
  • La mejora de la coordinación motriz y la flexibilidad.
  • La reducción del riesgo de obesidad y enfermedades crónicas.

Sin embargo, según datos de la OMS (2020), más del 80% de los niños y adolescentes del mundo no cumplen con esta recomendación, lo que ha contribuido al incremento de la obesidad infantil, que se ha triplicado desde 1975. En México, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) 2021, el 38.2% de los niños en edad escolar tienen sobrepeso u obesidad, debido principalmente al sedentarismo y al uso excesivo de pantallas.

El uso prolongado de dispositivos electrónicos -como celulares, tabletas y TV- se ha convertido en una de las principales causas de inactividad física en la infancia. La Academia Americana de Pediatría (AAP) recomienda limitar a dos horas diarias de tiempo frente a pantallas recreativas para niños mayores de 5 años, debido a sus múltiples efectos negativos:

  • Mayor riesgo de obesidad (los niños que pasan más de tres horas frente a una pantalla tienen 1.5 veces más riesgo de desarrollarla).
  • Problemas posturales y fatiga visual.
  • Dificultades para concentrarse y menor rendimiento escolar.
  • Disminución del vocabulario y del pensamiento creativo.
  • Mayor aislamiento social.
  • Irritabilidad, ansiedad y cambios bruscos de humor.
  • Alteraciones del sueño, especialmente por exposición nocturna a la luz azul.

 

En conclusión, una alimentación y la práctica regular física desde edades tempranas son fundamentales para el desarrollo de los niños.  Estos hábitos promueven una niñez más sana, una adolescencia más productiva y una adultez con menores riesgos de enfermedades crónicas degenerativas. Invertir en la nutrición y el bienestar físico de nuestros niños es, sin duda, invertir en el futuro de la sociedad.

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