El 13 de agosto de 1952, refundida en la página 24 del New York Times se podía leer la nota titulada «Un soviético afirma tener la clave para la escritura maya». Si bien era poco esperable que un texto sobre antropología, jeroglíficos y lingüística se hiciera presente en la portada, no deja de llamar mi atención que tal noticia se ubicara casi en las afueras del diario. El subtítulo de la nota añade algunos detalles sobre el contenido y sobre la opinión de los redactores: “Se reportó que filólogo rojo resolvió el enigma de los jeroglíficos centroamericanos”.
La respuesta de los expertos mayistas occidentales no se hizo esperar. El más conocido y venerado de ellos, Sir. J. Eric S. Thompson, recibió el anuncio con descalificaciones y crítica. Hacía tiempo que Thompson se había hecho con el monopolio de los juicios acerca de la escritura maya y su afirmación de que ésta no era sino un sistema ideográfico se observaba como dictado divino. “Ideográfico” significa, grosso modo, que el sistema de escritura no tiene relación con los sonidos y la sintaxis de la lengua, y que se trata básicamente de “dibujitos” legibles y casi libremente interpretables en cualquier idioma.
Antes habían sido consideradas ideográficas la escritura china y la egipcia. En ambos casos se había probado que eso constituía un error. Notablemente, a mediados del siglo XIX, Jean-François Champollion pateó de soslayo el mito ideográfico acerca de los jeroglíficos egipcios, descubrió que se trataba de un sistema altamente fonético —es decir, que la mayoría de los signos se referían a sonidos y no a ideas— y logró leerlos. (Paréntesis admirable: cientos de textos expuestos a simple vista en edificios, columnas, piedras ceremoniales, papiros y obeliscos permanecieron en silencio durante cerca de mil trescientos años, 1,300 años, MCCC años, 一千三百 años; generación tras generación de curiosos y expertos los había “interpretado” sin entenderlos y, de pronto, un genio francés descifró su escritura e hizo posible que hablaran de nuevo. Por favor lector, lectora, llora un poco de felicidad).
Yuri Knórozov, el “filólogo rojo” de origen ucraniano afincado en Rusia, había operado de manera similar a Champollion: siguiendo al estudioso contemporáneo de la escritura maya Diego de Landa, aceptó su idea de que los jeroglíficos eran un alfabeto y no un conjunto de ilustraciones, y con ello dio un paso definitivo en el desciframiento.* Debido a la Guerra Fría, Knórozov no tenía una comunicación fluida con sus colegas occidentales y por lo tanto se vio privado de sus avances, también se vio librado de sus taras.
Pero la necedad es necia. Ni la escritura jeroglífica egipcia ni el chino son sistemas escencialmente ideográficos; pero el maya y el náhuatl debían serlo. Gordon Ekholm, director de antropología del Museo de Historia Natural en la época de la publicación del trabajo de Knórozov, dijo que nunca había escuchado hablar de él y que el intento de interpretar los jeroglíficos centroamericanos como fonéticos no era buena idea. Los seguidores de Thompson esgrimieron argumentos similares, y el trabajo de Knórozov tardó años en ser reconocido y, peor aún, en ser incorporado y utilizado por los expertos del “mundo libre”.
La resistencia, y rechazo, occidental al avance hecho por Knórozov se debe a factores ideológicos y no científicos. Por un lado, la Guerra Fría estaba en su apogeo y aplaudir los éxitos del enemigo, por más contundentes y claros que fueran, era mal visto. Yuri Knórozov resultaba menos lingüista y antropólogo que “rojo” y “soviético”. Por otro lado, el mismo bando que se oponía a la opresión comunista, no se había despojado —¿lo hará algún día?— del cuasi-racismo** que le impedía aceptar que las culturas originarias de América eran tan sofisticadas como las europeas o asiáticas.
Epílogos
I. Yuri Knórozov nació en Járkov, Ucrania, y desarrolló su trabajo más importante en Rusia. Es un hombre notable para ambos países. Hoy, Járkov está siendo destruida por una guerra entre Rusia y Ucrania.
Knórozov recibió la Orden del Quetzal (Guatemala) así como la Orden Mexicana del Águila Azteca —durante la ceremonia dijo: “En mi corazón siempre seré mexicano”—. Estudió las escrituras egipcia, japonesa y china. Era un genio y un aficionado a Sherlock Holmes. Intentó que su gatita Asya apareciera como coautora de sus trabajos (en su fotografía más conocida, aparece con Asya, y semeja un villano de James Bond). En 2018 se inauguró un monumento en su honor en el Centro de Convenciones Siglo XXI de Mérida, Yucatán. He buscado dicho monumento recientemente en fotografías y mapas. No lo he encontrado. Espero que ahí siga.
II. Casi diez años después de la aparición de la nota sobre el “filólogo rojo”, el New York Times publicó la nota titulada “Computadoras resuelven la escritura maya”, con el subtítulo “Matemáticos soviéticos utilizan dispositivos para traducir”. Los matemáticos utilizaron algunas de sus primeras computadoras para avanzar en el desciframiento de la escritura maya, y uno de los críticos más agudos de su trabajo —que estaba en pañales, ciertamente— fue su compatriota Yuri Knórozov.
* En realidad no se trataba de un alfabeto propiamente sino de un silabario; no obstante, esto no fue problema en lo subsecuente, como sí lo había sido, durante cientos de años, el mito ideográfico.
** Como lo llama Michael Coe, autor de Breaking the Maya Code.
Bravo! no solo el texto sino el epilogo, siento que conozco a este ucraniano/ruso/mexicano villano de James Bond.
Me gusta mucho el texto y el tema, ojalá Joel Grijalva escriba más de nuestro alfabeto…
Muchas gracias Joel por ilustrarnos amena y eruditamente. Excelente texto.