Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona.
Horacio Quiroga, “La gallina degollada”
Un fantasma recorre México, el fantasma de la cólera. Por la mañana, antes de las ocho, sin que el primer café del día haya hecho efecto aún, he visto enfrentamientos furibundos entre desconocidos: porque uno omitió activar la direccional, otra tardó unos segundos en arrancar, alguien va despacio, alguien más va demasiado rápido. No exagero, quisiera exagerar. La norma en las redes sociales, y en la conversación con los taxistas, es la diatriba; lo bueno y lo malo, y también lo neutro, son indefectiblemente atacados, ridiculizados e insultados. Para equis siempre hay antiequis virulenta.
No basta con la crítica, con estar en desacuerdo, con apoyar parcialmente, con concordar a medias. Estás conmigo o contra mí, de manera absoluta. Si frente a dos opciones, A y B, elegiste A, nada de lo que haga B, se relacione con B o siquiera recuerde a B tendrá valor. La parcialidad tiene mala prensa. Ama con todo, odia con todo. Filias y fobias repelen el análisis.
En este clima de perenne beligerancia, aparecieron recientemente los avances de los nuevos libros de texto de la SEP y la guerra se trasladó, con la ligereza de cascos que la caracteriza, al territorio recién emergido. Ahora me dispongo a exponer algunas ideas acerca de una de las páginas de los mentados polémicos* libros. (*Nota a pie que no irá al pie: quizá “polémicos” sea ya una palabra innecesaria, un pleonasmo; ahora todo es polémico, así que rectifico: me dispongo a exponer algunas ideas acerca de una de las páginas de los libros.)
Hablaré de una sola página porque toca temas que me interesan y de los que puedo presumir que algo conozco. Mi objetivo es simplemente señalar que, incluso si otras características de los libros fueran indeseables o equivocadas (y no lo afirmo yo), por lo menos una de las páginas criticadas no intenta ofender a nadie y expone una postura que no invita al rencor.
“Sal para afuera”, dice. Y las alarmas se encienden. “Voy a subir para arriba”, continúa. Qué está pasando, es un libro de texto, no es acaso un error. “Tú dijistes eso”. En serio, dijistes, dice dijistes, quién hizo esos libros, o quién los corrigió, se les fue. “¿Ya hicistes la tarea?”, remata. No se trata de un error, eso dicen, deliberadamente, intencionalmente. Destruyan esos libros degenerados.
Detengámonos, respiremos, eliminemos todo rastro de enojo. Inhala, en paz, tranquilamente; exhala, lentamente, suavemente. Inhala y deja que tu cuerpo se sienta vivo, cómodo; exhala y deja salir la incomprensión, la ira. Hagamos un viaje al pasado.
Cuando yo era niño las noches eran obscuras e irresolutas. Ello porque carecían de luz y porque no sabíamos si podían ser oscuras simplemente. Así, sin “b”. Era una época de incertidumbre. Las máquinas de escribir eléctricas ya no requerían que se agregaran dos espacios en blanco después de los puntos y seguido, pero las máquinas mecánicas eran la mayoría, así que las escuelas de mecanografía habían decretado el doble espacio y se mantenían firmes en lo dicho. Tampoco dudábamos con seguridad, dudábamos al dudar, pues la “ó” de los abuelos llevaba siempre tilde; la “ó” de nuestros padres la llevaban entre cifras y cuando había “o” en alguna de las palabras disyuntas, y la “ó” de la escuela sólo cuando iba entre cifras. Ahora no la lleva nunca, pobre “o” inacentuada.
Quedémonos en la oscuridad y retrocedamos un poco más en el tiempo. Resulta que en el venerable diccionario de la RAE de 1817 la palabra era “oscuridad”; así de modernos eran hace doscientos años, y ello continuó en la versión de 1884. Definitivamente el siglo XIX fue un siglo oscuro. Luego, el diccionario de la RAE, ahora de 1925, devolvió de un plumazo la “b” a su latino lugar, y no fue sino hasta 1992 cuando definitivamente la dimos por anacrónica, una vez más. Es decir, lo que fue correcto primero, no lo fue casi un siglo, luego lo volvió a serlo durante casi setenta años, hasta que nuevamente dejó de serlo, al parecer ahora sí para siempre. Ajá. Y como apunte de lindura innegable, la edición de 1780 agrega en una nota a “obscuro”: “muchos dicen escuro”.
Vámonos de regreso y sin pausas al presente. Bienvenida, bienvenido. Salir y subir son dos verbos que han recorrido mucho mundo. “Salir” es básicamente “pasar de dentro afuera”, aunque tiene una vida mucho más intensa, pues hay dulces que salen a diez pesos, algunos niños salen llorones y la salida para las corredoras de cien metros está tan afuera como la pista que recorren. Por su parte “subir” significa “ir o moverse hacia arriba”, no obstante algunas calles planas suben hacia el centro, podemos subir el volumen del televisor sin trasladar éste a un segundo piso y los precios suben sin necesidad de etiquetas voladoras. El éxito de ambos verbos ha tenido una consecuencia, la “meta” que se incluye en su significado de base (afuera y arriba) se debilita en muchas de las extensiones y elaboraciones que su uso les ha sumado; así que las hablantes, inteligentes como son, hacen nuevamente explícita la meta en algunos casos. Los hablantes también son inteligentes y, solidarios, hacen exactamente lo mismo.**
El caso de “dijistes” e “hicistes” resulta más claro. Todas las formas del verbo que se emparejan con el pronombre “tú” llevan “s” al final. Si no me crees, recuerda que tú amas, amarás, amarías y amabas, o si lo prefieres y ya comienzo a provocar tu disgusto emponzoñado, tú odias, odiarás, odiarías y odiabas. ¿De dónde el caprichoso pasado ha decidido que él no llevará la “s” al final? Hablantes y hablantes, sabias y sabios, modifican su lengua como lo hicieron sus tastatarabuelos, tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y padres. Si ellos tuvieron derecho de hacer con su lengua lo que les plugo, o plació, nosotros, choznos, tataranietas, bisnietos, nietas e hijos por qué no habríamos de tenerlo también.
Te pido una vez más que pongas en pausa el enojo, que respires; que inhales lentamente, con el placentero saber de que esto casi ha terminado; que exhales gozosamente dejando ir todo pensamiento envenenado. Un minuto más solamente te retendré.
Pregúntate qué significa hablar bien. Mejor, pregúntate por qué como tú hablas es hablar bien y como hablan otros es hablar mal. ¿Tienes total seguridad de que todo lo dices bien? ¿Cuentas con argumentpos sólidos para explicarle a Ana Torroja por qué “contestastes” es incorrecto? ¿Te gustaría vivir sin el temor de que alguien que habla distinto a como tú lo haces te vea hacia abajo, se burle de ti o te reprenda? Evitarlo es soprendentemente fácil: abandona la prescripción (el deber ser) y abraza la descripción (el ser). Y sigue siendo de derechas o de izquierdas, ateo o católico, chiva o americanista. No te invito, si no quieres, a evadirte de este mundo de apasionante desprecio por los demás, sólo te exhorto a hacer una pausa cuando del uso de la lengua se trate.
**No sé qué tan extendido esté este peculiar uso: en donde vivo se utiliza la frase “salir fueras” para indicar que alguien no salió de su casa nada más, sino que se encuentra fuera de la ciudad, y tal uso me parece de una elegancia apabullante.