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De gilipollas a la obtusa

En las últimas semanas, mi paciencia se ha visto seriamente afectada al encontrarme con personas en mi camino que carecen de un mínimo de consideración por los demás que compartimos este mundo. Es la hostia estar en el automóvil y observar que el vehículo delante va a una velocidad baja, pero cuando se acerca al semáforo y ve que está a punto de ponerse en rojo, acelera para tratar de pasarlo. Me pregunto, «¿por qué no mantienes una velocidad constante, sin exceder el límite permitido? Así todos podríamos avanzar sin necesidad de acelerar en el último momento». Este es solo un ejemplo, pero ocurren situaciones similares a diario.

Existen numerosos adjetivos para describir este tipo de comportamiento de personas que parecen no tener consideración por los demás. Palabras como «gillipollas», «egoístas», “puñetas”, «obtusas» son algunas de las muchas opciones. No se trata de insultar directamente a las personas, sino de expresar la frustración que generan aquellos que parecen carecer de conciencia o que se refugian en el desconocimiento de las consecuencias de sus acciones imprudentes o distraídas.

La Real Academia Española (RAE) define el término ‘gilipollas’ como un adjetivo malsonante que se utiliza en España para referirse a una persona necia o estúpida. Aunque se trata de un insulto de uso cotidiano, su origen se remonta al siglo XVII, específicamente a los tiempos en los que reinaba Felipe III en España. Fue en esta época cuando comenzó a utilizarse este término para referirse a aquellas personas que no destacaban precisamente por su inteligencia. Todo esto gracias a uno de los hombres de confianza del monarca, quien acabaría pasando a la historia por introducir este insulto al castellano, el cual sigue siendo popular en nuestros tiempos.

En cuanto al adjetivo ‘puñetas’, mayormente utilizado en el norte del país, específicamente en Monterrey, Nuevo León, se refiere a alguien estúpido en el sentido de que ha hecho o dicho alguna tontería. Con la mayor interacción de los regios a lo largo del país, esta palabra se ha vuelto conocida.

Convivir con personas, sin duda, es una acción normal y natural, considerando que vivimos en sociedad. Lo realmente caótico es que algunas personas no comprendan o, peor aún, no se den cuenta de que todas sus acciones y actitudes tienen repercusiones en los demás. El simple hecho de que no sean conscientes de esto no los exime del enojo o la frustración de las personas a las que afectan, quienes intentan, en lo posible, no perturbar el momento de los demás.

Los insultos pueden funcionar como una válvula de escape que produce un cierto efecto liberador cuando nos encontramos con personas que simplemente dicen «perdón», «no me di cuenta» o, peor aún, ni siquiera se percatan de lo que han hecho. El sociólogo francés Edgar Morin señala que el insulto es una forma de ejercicio salvaje del poder simbólico, que busca imponer el discurso descalificador de uno sobre el otro. La descalificación, por supuesto, es un modo de argumentación adjetiva que se sitúa en el plano de las emociones más que en el de la razón.

 

Ahora bien, hace varias décadas, algunos filósofos franceses llevaron a cabo un estudio sobre la estupidez en el que enumeraron algunas características del sujeto estúpido: falta de interés por el conocimiento, aversión al esfuerzo, desconsideración hacia la realidad y una indiferencia ante sus limitaciones, encontrando su felicidad en ese estado.

Indudablemente, llamar a alguien «gilipollas» o «puñetas» no necesariamente implica que tengan un bajo desarrollo intelectual o carezcan de educación. Más bien, se refiere a aquellos con una alta carencia de conciencia social. Esta conciencia social se entiende como la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir, reconocer y comprender los problemas y necesidades de las personas en nuestra comunidad, entidad, grupo social o tribu.

Seguramente, las personas que intentamos ser empáticos con nuestros semejantes nos desgastamos internamente al encontrarnos con situaciones como la de aquel que en el gimnasio se le ocurre hacer una “rutina coordinada” y considera que todos los aparatos deben estar a su disposición mientras los demás tienen que esperar. También esta aquel que se recarga en la cabecera del asiento en el avión para pasar, o aquel que se estaciona ocupado dos cajones porque no se sabe estacionar y ni modo, o aquel que camina por la baqueta y la ocupa toda ocasionando que las personas tengan que bajar al arroyo vehicular con el peligro que conlleva. Sin dejar de lado, aquel que pasea a su perro sin correa y sin que el mismo este educado y le salten a las personas o demás mascotas y su comentario es “quiere jugar no hace nada”. Además, existe aquel que conduce su vehículo en una autopista a una velocidad baja y no se mueve, o aquel que va en su automóvil y se salta un alto o hace una vuelta prohibida y aun así insulta, y también está el que se introduce de manera abrupta en un elevador cuando hay una fila de personas esperando.

Aunque se considere subjetivo etiquetar a alguien como «gilipollas» o «puñetas» y se opine que no se les debe prestar atención, vaya, resulta bastante descarado porque simplemente siguen por la vida ondeando su bandera del «perdón» en el mejor de los casos. Sin embargo, me viene a la memoria un diálogo de la película mexicana «Matando Cabos», dirigida por Alejandro Lozano en 2004, donde se encuentran en su vehículo «Jaque y el Mudo», y un microbusero realiza una maniobra vehicular que casi provoca una colisión. Comentan entre ellos: «Pinche pendejo, ¿viste eso? Casi me pega, wey. ¿Lo sabrá? ¿Qué? Sí, ¿sabrán que son pendejos? Digo, porque casi nunca nadie les dice nada, solamente les ponen el dedo o el claxon. Pero así, de decirles, nunca nadie. Sí, wey, pero no mames, no puede ser que adquieras ese nivel de pendejes sin darte cuenta, cabrón».

Al final, la siguiente consideración resulta muy interesante: “Una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. *

*M. Cipolla, Carlo. Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Cuadernos de economía.

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