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Parte II

En principio, según las utopías (desde la antigüedad pagana, la cristiana, la del renacimiento, la de la ilustración, y el espejismo del comunismo) sí es posible cambiar el mundo y la sociedad. Los desafíos son: 1) cambiar al hombre, lo más importante y lo más difícil. Es la propuesta esencial del cristianismo, así como de otras ideologías religiosas; 2) cómo, el método, ya sea la revolución armada, el gradualismo político, etc. En buena medida, a mi ver, es parte de la expectativa que generó el marxismo: no sólo propuso el cambio de sociedad y economía, sino también cuál sería el nuevo modelo y, particular, cómo hacerlo, la revolución proletaria. Aspecto éste que posteriormente Lenin enriqueció. Si finalmente no funcionó y terminó en pesadilla, es otro tema. Empero ahí está esa propuesta si bien reinterpretada con diversas formulaciones y posibilidades. La historia demuestra que todas han fracasado.

Otra pregunta básica es: ¿hay otra forma de producción y distribución de riqueza, así como de organización del trabajo, más eficiente que la actual basada en la propiedad privada y el trabajo asalariado? Como quiera que sea, por encima de las desigualdades, conflictos y contradicciones sociales que genera, hasta la fecha este sistema ha sido el más funcional, el más productivo. Todo lo cual es la eficaz combinación de tecnología, ideología y Estado clasista, sobre la justificación –es un decir—de un pacto de dominación que permite controlar o reprimir legalmente la disidencia.

El punto es cómo hacer que Estado y democracia controlen el mercado y moderen concentración de la riqueza, ya que, como ha sucedido, mercado y acumulación de capital de la riqueza están arrasando con la democracia. ¿Es posible combinar la ética mercantil con la ética de la solidaridad y el bienestar social sobre la base del esfuerzo y el trabajo? No de la dádiva o el paternalismo, independientemente de la asistencia social, imprescindible en muchos casos.

Por último, pero no menos importante, la cuestión de la corrupción: ¿es consustancial a la naturaleza humana, más allá de los tiempos y los tipos de sociedad? O bien ¿es producto de una sociedad caracterizada por la desigualdad y la injusticia? ¿Está ligada a la propiedad privada y al acaparamiento de riqueza? Es asunto que compete a la Filosofía, la economía, la sociología, la ética, que dependen, desde luego, de la praxis histórica. De modo más general, es perspectiva de cultura y educación. Es cuestión civil y ciudadana. No puede ser dogma religioso, porque en ese caso la respuesta es sencilla a la vez compleja: es pecado. Y ahí no caben soluciones mundanas que no sean la penitencia y el arrepentimiento, pero la experiencia nos enseña que no sirven de mucho. Genera y encubre cínicos e hipócritas, además de corruptos y pecadores.

 

En todo caso, el marco obligado de referencia es la ley: estricta y para todos, siempre, en todos los casos. Impedir de manera absoluta la impunidad, rechazar la apología de la corrupción como sinónimo de éxito o de mal necesario para «escalar» o «alcanzar el triunfo» ya sea en los negocios o en la política. Así como tampoco estribillo de la demagogia que condena a otros para encubrir la propia rapacidad.

No obstante, me atrevo a suponer que empresarios (los grandes, los dueños del mundo o, en su caso, los dueños de México) y gobernantes sí se ponen de acuerdo para la mejor opción que no es otra que la suya propia. Por tanto, habría que pensar, así como en otros momentos de la historia, cuando los pueblos se cansaron de pobreza o humillaciones o de cadenas, si los pueblos de hoy son capaces y están dispuestos a subvertir el orden actual y crear otro menos injusto, aunque sea ilusamente, frágil construcción en la imaginación de la criatura oprimida,

¿Cuánta hambre, marginación e ignorancia soporta la democracia? ¿Cuántas desesperanzas o angustias o indignación pueden soportar los pueblos, los jóvenes? Hay que ofrecerles una idea, un camino y un arma (que puede ser el sufragio, la manifestación social, la resistencia civil, la huelga ciudadana) para pasar de la inconformidad y la indignación a la acción colectiva de reivindicación. ¿Lucha de clases? ¿Cuál es el camino, si lo hay, a la democracia con justicia social?

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